(I)
Dulcemente
Yo deseaba lo mismo
pero mucho antes que tú,
salvarte del abismo,
liberarte de tu esclavitud.
Quise arrebatar de una vez
las gríngolas de tus ojos,
dejar entrar en ti la candidez,
sacar el resentimiento y el enojo.
Traté de eliminar los grilletes
fijados a tus muñecas y tobillos
que te mantienen inerte,
triste, reseca, sin brillo.
Intenté romper las cadenas
para verte liberada
de tantos tormentos y penas
a los que permaneces atada.
Cada uno de mis esfuerzos
hasta hoy valieron la pena,
me rehúso a cargar el peso
de tu aceptada condena.
Has decidido muy tarde
tomar mi propuesta en serio.
Las palabras no le salen
al sepultado en el cementerio.
Tampoco lo pidas dulcemente
con cara de mosca muerta,
pues ya sellaste tu suerte
desde hoy ahí te secas.
(II)
La estocada
Errores... uno tras otro,
seguimos y seguimos en eso,
avanzamos en retroceso
dañando lo que no esta roto.
Como maña o conducta aprendida
la de hacer mal las cosas.
Preferimos espinas, no las rosas;
negamos verdades, no mentiras.
Arriesgamos a perder
sin advertir lo transitado,
sepultamos lo cosechado
en el errado proceder.
Golpes de pecho y oraciones,
patadas de ahogado y clemencia,
damos y pedimos a conciencia
de todas las equivocaciones.
Nos queda corto el momento
por el tabú de lo indebido,
la adrenalina de lo prohibido,
el placer sin sentimientos.
Andamos por la cuerda floja
arriesgando tanto por nada
pero nos sorprende la estocada
a sabiendas de usar capa roja.
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