7/08/2014

Nuevas publicaciones 08/07/2014 (I) "Esa mañana" y (II) "Esa tarde"

(I)

"Esa mañana"


El beneficio de la duda tendrás la vez primera
porque ese no se le niega a cualquiera,
cual vaso de agua al que saciar su sed quiera
en pleno verano, otoño, invierno o primavera.


Sabía que ella vendría al lugar exacto pero no la hora, ni la fecha; el lapso, ya caduco, era un hecho no fortuito, no era una presunción, no era una lotería, no era asunto de suerte ni de casualidad. Enfrentar la verdad que pudo mantener oculta por cinco largos años, era más que un reto, era un asunto de honor, de integridad.

Tuvo el dilema de ignorar el llamado del timbre de la puerta o hacer las veces de que sólo le interesaba lo que veía frente a sí mismo, lo que recién había descubierto en el silencio de su compañera. Pero este momento no se trataba de qué pensar, qué decir, qué elegir, qué evitar, sino de cómo actuar.

Ella era rubia, esbelta, un tanto más alta que él, de tez blanca, con abundante cabello, dorado natural, liso y fino, lo llevaba recogido y se veía largo como hasta la altura de sus hombros, abierto en dos en la mitad izquierda de su cabeza y se lo puso por detrás de sus orejas casi perfectamente ovaladas, nariz pequeña abultada en la punta, pero lucía desaliñada, cubierta con una larga y ancha sudadera negra abierta más abajo de sus prominentes pechos, dejando ver su escote cubierto por una blusa de tiras del mismo color, su bluyín estaba muy sucio al igual que sus tenis blancos, un rostro sin emociones denotaba cansancio, agotamiento; quizás viajó por toda la noche, o por días, no era fácil descifrarlo de buenas a primeras; al menos no para él.

Estando ahí, frente a su verdadero amor, él viajó en el tiempo hasta el primer beso. Todos eran siempre iguales, le era imposible no sentir la sensación de adrenalina fluyendo como corriente recorriendo su cuerpo al mínimo roce de sus labios. Pero esta vez no estaba preparado para darlo, ni para recibirlo. Su cabeza lidiaba con la presencia de ella y con los demonios de un lustro de emociones esperando acostados en su cama, para que le dijeran más, que le gritaran a plenitud su confesión.

Luego de transcurrido un eterno minuto, parado, casi pasmado, viéndola, sin él poder mediar palabra, le tocó ser testigo del diálogo de las dos mujeres... de sus dos mujeres:

―Veo que traes un bolso de portátil contigo ―dice ya vestida y saliendo del dormitorio hasta la entrada―. ¿Tienes, aparte de ese, algún otro aparato en tus maletas donde tengas información importante, tu secador de cabello, tu móvil? No sé... ¿algo que necesites que no sea tu ropa?

―¡No! ―responde tajante la recién llegada― Tengo todo lo que necesito aquí. En las valijas solo hay ropas, zapatos y uno que otro libro.

―¡Muy bien!  ―dice al tiempo que se le para justo en frente― Al parecer somos del mismo talle, me llevaré tus maletas, me quedo con tus cosas; aquí te dejo todo, ¡TOOOODO! Lo que sí no te puedo dejar son las vivencias que tuvimos en tu ausencia, tampoco me quedaré para hacerte el amor ni tener sexo contigo por esas tantas veces que lo hicimos él y yo pues, a leguas, se nota que eres virgen, pero lo que sí te daré es un buen beso de bienvenida por él y de despedida por mí.

Contrariada, la rubia se queda inmóvil durante el beso de diez segundos que le han dado; mientras que, atónito, el hasta entonces dueño de ambas, mira el espectáculo sin pronunciarse.

Ve partir a su compañera, con dos grandes maletas a rastras por lo largo del pasillo en dirección al elevador y no alcanza a reaccionar para al menos musitar un adiós forzado.

Ha llegado su verdadero amor y, aunque digan que "el tiempo de Dios es perfecto", le toca afrontar esta nueva situación, "así como Dios manda".

Ya dentro del piso recostada en el sofá grande de la sala y desprovista de zapatos, se le notaba que no aguantaría mucho despierta. En tanto él, va cerrando la puerta, se vuelve hacia ella.

―¿Aún eres virgen? ―Alcanza a preguntarle con cara de incredulidad.

―Mi palabra es un documento y tu duda no solo me ofende sino que me destroza el alma. ―Ella rompió en llanto.

Supo que con su interrogante aniquiló un sentimiento, un hermoso sentimiento. Esta hermosa e inocente mujer, no solo se guardó para él sino que, volvió para cumplir la promesa que ambos hicieron, que los dos se comprometieron a cumplir.

Muy tarde fue cuando él intentó calmarla. En su carrera hacia el balcón, la chica no sentía el frío del piso sino un ardiente calor en su pecho, una llama de congoja que sólo fue superada por las ansias de decirle adiós... para siempre.




(II)

"Esa tarde"


Aunque el mundo pare de girar, SIEMPRE: al que escupe para arriba le caerá saliva en la cara, el pez siempre morirá por la boca, la lengua será el castigo del cuerpo y el que la haga la pagará; pero, hay fuerzas maravillosas que aún desconocemos cómo operan.

Hoy lo arropa el triste recuerdo de aquella fecha. Sirenas de ambulancia, paramédicos, bomberos, policías inquisidores, prensa, familiares, desconocidos y en su cabeza un silente eco de voces indistintas; sus ojos, inmóviles, siempre estuvieron presos de la impresión, nunca se desviaron, siempre se enfocaron en el cuerpo maltrecho, ya sin vida, de ella en el concreto ensangrentado. Aquellos cinco años de espera se convirtieron esa mañana, en una pesadilla que, desde entonces, él no ha dejado atrás.

Esta tarde es igual a aquella. El sol, la brisa, el canto esporádico de los ruiseñores cruzando el paisaje y los mismos recuerdos de cinco años atrás, lo acongojan.

Una, simplemente se marchó, dejándole muchas interrogantes y un adiós pasmado dentro de sus labios; la otra, llegó etéreamente, sin aviso, pero de "ipso facto" cultivó sin intención un legado  de tristeza y dolor para él. La culpa le hinca en la conciencia desde entonces.

No ha hecho nada más que ser un autómata, la rutina que logró crear, a muy duras penas, se ha vuelto un catalizador al descuido de sí mismo, luce viejo, parco, es una sombra. Nada queda de aquel joven recién graduado que anhelaba el paso de los días para reencontrarse con la felicidad prometida.

De la cama a la ducha; un baño "vaquero", un cepillo dental de cerdas desgastadas hace las veces de lija en su amarillenta dentadura (el café y el cigarro han hecho un perfecto trabajo), su armario resguarda prendas de ropa agujereadas, remendadas, desprovistas totalmente de su color original, para suerte del ojo ajeno no se ve obligado a utilizarlas fuera de casa pues, en su oficio de vigilante diurno, se le exige vestir siempre un uniforme provisto periódicamente por el patrono; la ida al trabajo a pie es lo más entretenido de su día, las caras, las voces, la brisa, el frío, el calor, los autos, pero nada le perturba ni le distrae lo suficiente como para levantar la mirada; resguardar la biblioteca de la universidad donde estudió no le da espacio sino a recordar, pasa toda la jornada trayendo a colación sus recuerdos, no los alegres, sino los tristes, los que le ayudan a hundirse más en su soledad programada; come a la hora, y muy sanamente, sus comidas respectivas, al menos sabe que debe hacer eso para no enfermarse del cuerpo porque del alma ya está muerto; ya de regreso en casa, siempre se sienta en el mismo mueble, ese que usó su verdadero amor antes de marcharse para siempre.

Sentado ahí, los recuerdos del día se convierten en la pesadilla de la tarde, el ocaso se torna más rojo de lo habitual desde el sofá grande de la sala. Su mirada evoca aquella única imagen al mismo ritmo que los cigarros y el café aparecen en sus manos.

Muchas veces se despierta en la oscuridad, enjugándose los ojos esperando ver una luz, escuchar una voz, leer un mensaje que le diga: "todo va a estar bien". Pero no, eso no pasa, por lo menos no hasta hoy.



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