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17 minutos tengo
para escribirte esta poesía.
Suficiente tiempo no sería
si no supiera lo que obtengo.
Una obra magistral
totalmente desconocida
para todos en esta vida
menos para ti, testigo vivencial.
Protagonista y antagonista
de nuestro cuento imaginado,
mucho antes por mí soñado,
pero muy lejano a tu vista.
En alta resolución
hoy puedes apreciarlo,
pero en vez de disfrutarlo
decides desviarle tu atención.
No es falta de educación,
es solo tus ganas de ganar
mientras al derecho de amar
le das total aversión.
Triste, pero cierto, declaro
y ademas acepto el sufrimiento
de este terrible tormento
de lidiar con tanto descaro.
Dejarse querer y a la vez dar cariño
no debe ser una difícil tarea
para todo aquel que crea
ya de adulto en sus sueños de niño.
Porque de eso se trata todo
de amarnos unos a otros incondicionalmente,
de corazón, alma y mente
encontrando la paz del mismo modo.
Sí, sabemos que existen las diferencias,
las discusiones, los problemas y los retos,
pero sí nos decidimos a echar el resto
el resultado no es cosa de magia ni de ciencias.
Es ahí donde se prueban el compromiso,
la lealtad, la voluntad, el empuje, la emoción,
de superar juntos cada situación
en que caemos y nos levantamos del piso.
Nada más voy a agregar
a una declaración ya emitida
antes que la despedida
toque de mis labios pronunciar.
Quedan tres minutos para el final,
para la triste partida y ruptura
de una esperanza futura
que nunca pudo comenzar.
(II)
Stop
La escucho mientras se confiesa.
Atónito, sigo prestando atención.
No me toma para nada por sorpresa.
Lo acepté ya antes. Fue mi decisión.
No salen lágrimas, no hay parpadeos.
No hay una pizca de remordimiento.
No siente culpa. Creo todo lo que veo.
Frente a mí, un ser sin sentimientos.
Ahora, ahonda sin peros en los detalles.
Es objetiva, incisiva, metódica, precisa.
Dice todo sin reparos, palabras al talle,
con una postura de supuesta sumisa.
Pero ya sé todo, repito, mucho antes.
En su juego caí “sin querer queriendo”.
Yo de pasajero, ella siempre al volante
y el carro por el farallón iba cayendo.
Nos estrellamos, mejor dicho, me estrellé.
Me estalló en el rostro la cruel realidad.
Me convertí por necesidad, no por acto de fe
y hoy sus pecados escucho en confidencialidad.
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