(I) Florecita
Cada uno de sus pétalos sedosos
estaban expuestos al mejor postor,
al más tierno, amable, cariñoso,
colmado de bondad, ternura y amor.
Estaba rodeada de muchas otras,
incluso las había un tanto más hermosas,
de tallos rectos, perfectos, sin hojas rotas,
de colores nítidos y formas maravillosas.
Desde lejos era solo una más,
nada tenía que la destacase del montón,
pero de cerca se podía notar
cada latido de su magro corazón.
Pero un día, el rayo de sol más potente
irrumpió entre las nubes del cielo
y sin aviso súbitamente
se exhibieron su rostro, su cuerpo y su pelo.
Allí se supo quién era por fuera,
nada quedó reservado para la oscuridad.
No hubo postor ni oferta que pudiera
cubrir la demanda de su voluptuosidad.
Había crecido la florecita.
No existe para ella punto de comparación.
Obra de Dios, majestuosa, bendita,
milagro irrepetible de la creación.
(II) El Poder
¿Qué harías si tuvieras el poder
de hacer feliz a una persona
con solamente hacerle saber
cuánto su presencia te emociona?
¿Te atreverías?
¿Lo dudarías?
Qué felices ambos serían
si se eliminase en ti la cobardía.
El simple acto de atreverte
a expresar con toda sinceridad
cuan feliz tu corazón se siente
con plena confianza y seguridad.
No dejando para mañana
lo que puedes hacer y decir hoy.
Expresarle con todas las ganas
—“Cuentas conmigo, para ti aquí estoy”.
No soy yo, pero me siento contento
de saber que al leer esto lo vas a hacer.
Y si soy el afortunado de ese momento
pues entérate de que te quiero también.
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