(I)
“Empate”
Qué clase de mierda de trabajo haces
ilusionando a la gente con tus fantasías.
Vendes la idea de que no importa lo que pase
siempre vas a encontrar lo que pedías.
Esa supuesta idea de que la perfección
está justo a la vuelta de la esquina
esperando la idónea ocasión
para postrarse frente a ti como en una vitrina.
La falsa creencia de que se está destinado
y que el guion fue escrito sin errores
sin necesidad de estar antes preparado
ni de pasar por varios amargos sinsabores.
Te hacen culto, propaganda y publicidad
los creadores de historias ostentosas
todas llenas de una imaginación sin par
que no me resultan algo mas que odiosas.
Solo anhelo que en el calendario esté la fecha
y que ese día seas la víctima de tu propio mal,
que en su vuelo te alcance una de tus flechas
y por error te tengas que enamorar.
“Electrón”
Entra al ruedo con la confianza de un torero
que conoce el destino final de su oponente.
Se habla para sí, dando gracias a Dios primero:
—“Tranquilo, ya tú sabes cómo que se siente”.
Enfocado, una victoria segura presiente
apoyado por los cánticos de la gente asistente.
Todos aclaman al valiente contendiente
pues es de todos el favorito evidente.
Es anunciado su contendiente
y este entra a la arena con una calma inaudita,
es increíble lo que ve y dice entre dientes:
—“No lo veo caminar. Pareciera que levita”.
Surge en él un ápice de incertidumbre temprana
que empieza a crecer rápidamente sin control.
Una vorágine de temores al sonar la campana
lo hacen olvidar que de esta saldría ganador.
El escenario no es para nada diferente
mientras tanto en la mente de su adversario.
Las primeras impresiones a veces mienten,
no siempre es lo que ves sino todo lo contrario.
(III)
“Equivocación”
Levanta la mirada después del tercer intento
y aún no se da cuenta que lo ha alcanzado.
Todos celebran con dicha, felices y contentos
y ella aún no se da cuenta del feliz resultado.
Escucha el jolgorio, la algarabía, el regocijo,
los gritos, los silbidos, las risas, los aplausos,
pero su incredulidad al hecho no da cobijo
y reposa sobre ella el más inesperado ocaso.
Le animan, le increpan, le advierten,
mas ella no da pie con la razón.
Le preguntan qué le pasa, qué siente
y ella no pronuncia alguna contestación.
Desconcertados, confundidos y abrumados,
todos se dan la vuelta y la abandonan con razón
mientras ella sigue absorta mirando a un lado
como esperando que algo pase sin explicación.
Y ahí, sola, sin ánimos y derrotada,
es levantada por una súbita brisa de invierno
que la lleva de vuelta al lugar que estaba,
ese al que todos conocemos como infierno.
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