"Un milagro, o quizás dos"
Avanza con mirada altiva el triste fortachón,
abatido por la congoja de una cruel separación;
para todos necesaria, idónea y oportuna,
para él, la mayor desgracia de su fortuna.
Esquiva charcos, pisa estiércol, arrastra tierra,
mientras sus más tristes memorias las entierra
en lo más profundo de su tortuoso camino,
pidiéndole respuestas al zalamero destino.
Interrogantes para aclarar el duro panorama
que de súbito derrumbó sus sueños de cama,
en un pestañear de ojos claros en hechizo
le han dejado un certero encanto en maleficio.
Pide ayuda porque de tonto ni un pelo lleva,
sabe que por su cuenta su ánimo no eleva,
y consigue en la playa el remedio a su desmayo:
"He cometido el error, ahora me toca al ensayo".
Las ganas insospechadas de visitar el mar,
le auguran un evento sin precedente, sin par:
"Algo bueno de seguro va a pasar en ese ambiente,
y no lo digo yo, es lo que mi corazón presiente".
Selecto grupo de personas ajenas a sus ojos,
le incitan a buscar a la única persona de rojo,
antigua conocida en par de eventos nocturnos
que le hace entrada: "Conozcan al taciturno".
"¿Con amigos como tú quién enemigos precisa?",
espeta el auto-convocado en su premisa,
hace silencio total en pleno la audiencia
salvo la que con alta risa resalta su presencia.
Preciso giro del torso deja en exacta posición
el cruce de miradas entre extraños en acción,
inicio de un periplo amoroso que a baja voz
espera que ocurra un milagro, o quizás dos.